Leer los datos de Fortress
Europe, uno de los mejores observatorios observatorios sobre el tema migratorio
en Europa traducido en veintiún idiomas, permite tomar conciencia de la incomprensible guerra
silenciosa que, día a día, se combate entre las olas. Existe esperanzas pero no
propuestas de solución viable.
Ivette Durán Calderón
El Mediterráneo, “el mar de en medio”, se ha convertido en una gran
fosa común.
Cada día, en las dos orillas que
esperan la ola, llega la noticia de un nuevo desembarco finalizado con éxito o
de una tragedia anunciada.
Desde 1988 al menos han muerto
27.382 migrantes intentando derribar la muralla de Europa: 4.273 solo en 2015,
más de 3.000 en 2014.
En los conflictos precedidos por
declaraciones formales de guerra mueren menos soldados.
No se recupera ni siquiera la
mitad de los cuerpos; yacen en los fondos marinos del canal de Sicilia, en el
fondo de las aguas entre Libia y Túnez.
En las rutas aparentemente menos
transitadas, más de doscientos migrantes han perdido la vida navegando desde
Argelia hacia Cerdeña.
Más al oeste, 5.000 personas han
muerto en sus viajes hacia España en embarcaciones precarias, desde el Sáhara
occidental y desde Senegal hacia Canarias, o desde las costas marroquíes
atravesando el Estrecho de Gibraltar.
Desde 1988 al menos han muerto 27.382
migrantes intentando derribar la muralla de Europa: 4.273 solo en 2015, más de
3.000 en 2014. En los conflictos precedidos por declaraciones formales de
guerra mueren menos soldados
No son estos los números que se
convierten en noticia en Italia; los periódicos y las televisiones,
principalmente aquellas controladas por la familia Berlusconi, airean
cotidianamente otras noticias, reales o inventadas:
los desembarcos en la costa
siciliana, los contagios presuntamente causados por los africanos, la posible
importación de delincuencia, el enorme flujo de dinero público que sería
necesario para acoger a los inmigrantes...
Este despliegue mediático se
centra de manera morbosa en los efectos de la migración, rozando
superficialmente las causas, con un objetivo clarísimo: plantearlo como un
problema y exagerarlo hasta el punto de convertirlo en alarma social, en una
inquietud gobernada no por la política sino por el instinto, por la
irracionalidad.
Esto es lo que ocurre en Italia,
donde, según una reciente investigación del Observatorio Europeo sobre la
seguridad, el 47% de los ciudadanos cree que la inmigración es una emergencia.
Así, mientras en el pasado la
pìetas encontraba espacio entre los sentimientos de la gente, en los últimos
meses está enraizando la indiferencia, el miedo.
Una señal distinta, captada
inmediatamente por una política rapaz que no interviene sobre los fenómenos y
que espera a percibir el estado de ánimo prevalente para adoptar las medidas
consecuentes.
Tras la derrota de Marine Le Pen,
con la que Matteo Salvini, líder de la Liga del Norte, integra en el Parlamento
de Bruselas el grupo Europa de las Naciones y de la Libertad, el partido
xenófobo de la Padania ha dejado de lado el tema del euroescepticismo y del
referéndum contra la moneda única --por otra parte irrealizable en Italia
puesto que el artículo 75 de la Constitución no consiente consultas sobre los
tratados internacionales ratificados por el Estado--. Da más frutos
concentrarse en la cuestión de la inmigración.
Hacía mucho tiempo, desde los
años setenta --cuando las protestas juveniles de la extrema derecha y la
izquierda extraparlamentaria llenaban las plazas--, que los grupos extremistas
de derecha no tenían tanta influencia sobre una parte tan importante de la
población.
Gritando eslóganes como “antes
los italianos” o “cerremos las fronteras” intentan replicar el éxito de
Amanecer Dorado en Grecia.
El Movimiento 5 estrellas de
Beppe Grillo, que se ha mostrado esquivo en muchos temas decisivos con el
objetivo de ganarse un electorado transversal y post-ideológico, ha adoptado
una nítida posición de crítica hacia las políticas de acogida de migrantes.
Los pequeños movimientos de
centro, vinculados al mundo clerical, como el minipartido del ministro de
Asuntos Exteriores, Angelino Alfano, han dejado de lado los valores cristianos
y muestran su rechazo a las propuestas de ampliación del ius solis a los
inmigrantes residentes.
Incluso el Partido Democrático de
Matteo Renzi corre a sumarse a la derecha en el resbaladizo terreno de la
seguridad, encubre el proyecto de ley sobre la ampliación de la ciudadanía y
consiente que el ministro del Interior, Marco Minniti, hombre de izquierdas,
cierre tratos muy cuestionables con Libia.
Estabilizar el flujo migratorio
--esa es la consigna del responsable de Interior-- reteniendo a los migrantes
en África.
Poco importa si la expatriación
es por motivos económicos, o si los migrantes se ven obligados a abandonar su
casa por guerras o catástrofes naturales; poco cuenta la distinción entre apátridas,
esclavos, solicitantes de asilo o refugiados.
Oxfam revela que el 74% de los
refugiados ha presenciado asesinatos o episodios de tortura hacia compañeros de
viaje, que el 84% ha padecido tratos inhumanos y que un porcentaje igual ha
visto cómo le negaban comida y agua en centros de acogida libios
Es como si, de pronto, políticos
de izquierda, católicos, ultranacionalistas y representantes de la “anticasta”
hubiesen decidido pasar una esponja húmeda por la pizarra donde,
laboriosamente, a lo largo de los años, se habían ido fijando los principios
sobre los que se asientan las convenciones internacionales (Ginebra, 1951,
sobre los refugiados, y Nueva York, 1954, sobre el estatuto del apátrida) que
han asegurado un grado de civilización distinto y mejor.
El acoso a los migrantes es
rentable: en pocas semanas, el acuerdo sellado por Interior con algunos jefes
de las tribus locales libias ha dado frutos, y los desembarcos en Italia se han
reducido a la mitad, según los datos del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas sobre los refugiados.
Hemos pasado de 23.000 en julio
de 2016 a menos de 11.000 en el pasado mes de agosto.
El resultado ha servido para
colmar de elogios al ministro Minniti, también por parte de representantes de
la derecha radical. Incluso Alessandra Mussolini, nieta del Duce y
europarlamentaria de Forza Italia,el partido de Berlusconi, ha afirmado que
ahora se está poniendo un dique al fenómeno migratorio, adoptando medidas que
solo un gobierno de derechas hubiera podido adoptar.
Interesan mucho menos los datos
sobre la violencia hacia los subsaharianos retenidos en tierras libias.
Desde 2006, Human Rights Watch
acusa a Trípoli de detenciones arbitrarias y de tortura en los centros de
detención para extranjeros, algunos de ellos
financiados por Italia.
Un informe reciente de la
organización humanitaria Oxfam revela que el 74% de los refugiados ha
presenciado asesinatos o episodios de tortura hacia compañeros de viaje, que el
84% ha padecido tratos inhumanos y degradantes y que un porcentaje igual ha visto
cómo le negaban comida y agua durante la estancia en centros de acogida libios.
Los únicos que rompen el silencio
de la política son exponentes de la sociedad civil. Gino Strada, médico e
histórico creador de Emergency, una asociación humanitaria que gestiona
hospitales en áreas de conflictos, ha definido a Minniti como un “poli” que
declara la guerra a los pobres sobornando a unos cabecillas.
Strada ha querido distanciarse de
aquellos que tiran al mar o devuelven a niños, mujeres embarazadas y pobres a centros
que infligen tratos inhumanos.
Médicos Sin Fronteras ha
denunciado que el tráfico de migrantes en Libia se ha convertido en un negocio,
igual que la extracción de gas y de petróleo.
La sospecha es que aquellos que
hoy están frenando a los migrantes son los mismos que ayer favorecían el
tráfico, sirviéndose del plan Minniti, que amenaza con institucionalizar a
traficantes, clanes mafiosos y corruptos.
De hecho, ya está pasando: varias
investigaciones judiciales han revelado que una parte considerable de los
fondos para la acogida se han desviado hacia cooperativas conectadas con la
mafia o hacia grupos de poder corruptos.
Libia e Italia parecen unidas,
además de por razones históricas, por el negocio de los migrantes, de los
desesperados, de los refugiados y por el nombre del dios dinero.
Resuenan en el aire las palabras
de Benito Mussolini, que, en 1934, en pleno éxtasis colonialista, definió a los
libios como “musulmanes italianos de la cuarta orilla de Italia”.
Fuente: http://centrodeperiodicos.blogspot.mx/2017/09/italia-frena-la-llegada-de-inmigrantes.html
/Traducción de Elisa Mora.